miércoles, 2 de marzo de 2011

RELATOS DE TERROR

SANGRE A GRANEL
Me denunciaron varias veces, pero no consiguieron nada ya que tenía todos los papeles en regla. Les jodía que me fuera tan bien el negocio, y también que fuera una tienda tan diferente a las demás.
La monte con una herencia que me dejo la mama después de morir de Cáncer.
Le di muchas vueltas para colocar el nombre en el cartel de fondo rojo y redondo que había comprado, y que resulto no muy caro, ya que se lo encargue a mi amigo el abuelo.
Al final la llame “Sangre a granel”.
Los cristales eran algo oscuros, por lo que casi no se podía ver bien lo que había dentro. Lo hice con mucha intención, ya que las personas, son como los gatos, y se nos podría aplicar la siguiente frase;
“La curiosidad mato al humano”.
Cada mes, recibía una denuncia de los vecinos. Pero siempre se quedaba en agua de borrajas.
Se oyó la puerta de mi tienda, y una mujer ya entrada en años, con mucha laca en su pelo, y unos bonitos, pero cansados ojos verdes, me dijo.
-  Buenos días- le dije sin quitarle ojo
-   Buenos días- me respondió hábilmente.
-   Me pone 2 litro de sangre de cordero.
-   Muy bien- le dije amablemente
Le serví lo que me pidió, pago y se fue.
Como han podido comprobar, es un negocio bastante diferente al resto. Viernes, último día que habría de la semana, aprovechando que el negocio iba bien, decidí cerrar los fines de semana de ese mes.
El lunes, nada más abrir el buzón, me encontré una carta que señalaría el peor día de mi vida. Aquella carta decía que tenía que cerrar la tienda por las firmas que habían conseguido los vecinos, que fueron bastantes más que la última vez.
Tenía 15 días.
La rabia que dentro de mí se extendía era más fuerte que mi poder para razonar.
 Me calme con un cigarro en mis labios, y manteniendo, lo que podía, la mente fría. Intente por medio de la legalidad que todo se quedara en agua de borrajas, pero no fue a sí, y no tuve más remedio que cerrar la tienda.
Me quedaban cinco días para cerrar, y ya había estado pensando en otro negocio, pero eso vendría después.
Antes de cerrar pude tener la tienda abierta, y seguir vendiendo.
Los días se acercaban, pero el odio hacía aquella vecindad era cada vez más grande.
Por fin llego el día del cierre, y todos los vecinos bajaron a ver como me arrodillaba a bajar la persiana para siempre. Pero antes decidieron entrar para regocijarse, reírse,  e insultarme, y porque no, por el morbo y la curiosidad de sus jodidas mentes.
Sus ojos veían poncheras de cristal llenas de sangre con su correspondiente cazo para servir, y cerradas herméticamente por tapas de plástico de colores.
Por lo demás lo que debe llevar una tienda para completarse.
Debajo de cada una de las poncheras se encontraba un cartel correspondiendo con la sangre a vender.
Los ojos de aquellas personas se abrieron como paelleras, ya que al ver los carteles, todos pertenecían a los nombres de sus hijos.
DAVID COMÍN PARDOS

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